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On the road

El jodido Adam Smith

 

 

 

A principios del siglo XX, el escritor y periodista norteamericano John Reed formuló una pregunta que resuena en nuestros días con una vigencia dolorosa: ¿por qué tenemos una economía en la que los pobres tienen que pagar para que los ricos no pierdan dinero?. El autor de 10 días que estremecieron al mundo poco podía imaginar que los sueños revolucionarios se disolverían como un terrón de azúcar y que su pregunta es la que algunos nos formulamos todavía a principios del siglo XXI. La quiebra del sistema crediticio norteamericano y de las grandes compañías inversoras nos devuelve de nuevo a la realidad que el keynesianismo enmascara. Los planes del gobierno estadounidense son aportar 700.000 millones de dólares del dinero público para rescatar a los grandes inversionistas. Es lo que algunos ya llaman socialismo para ricos.

 

Es curioso, los mismos que en épocas de vacas gordas despotrican contra el Estado y reivindican el laissez faire, laissez passer de Adam Smith, ahora lloran por las esquinas para que el Estado les salve del resultado de años de codicia, mala gestión y rapiña. Advierten que sino comenzarán los despidos y la crisis afectará con dureza a las clases populares. Da entre risa y mala hostia escuchar al presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, pidiendo un paréntesis en la economía de mercado. ¿Un paréntesis?. Cuando a los ricos no les va tan bien quieren un paréntesis en el capitalismo para que el Estado intervenga, cuando ganan dinero a expuertas quieren que el Estado desaparezca para que no pueda limitar sus robos. ¿Por qué no proponer un paréntesis en la economía de mercado para repartir la riqueza y que todo el mundo tenga las mismas oportunidades? ¿Alguien ha pensado lo que se podría hacer con 700.000 millones de dolares si se dirigiesen a paliar el hambre o a dar trabajo a todos los desempleados del país? (por poner un ejemplo, la ayuda que la ONU prometió a Äfrica, y que nunca desembolsó, es tan sólo la décima parte). ¿Alguien se ha preguntado de dónde van a sacar tantos millones si nunca tienen un poco de calderilla para mejorar las becas, para atender a los homeless, para mejorar las escuelas?. Lo dicho, sería de risa si no fuera porque en todo este asunto nos jugamos la supervivencia.

 

 

En las manifestaciones que se ven estos días en las puertas de Wall Street se repite un lema: socialismo para los ricos, liberalismo para los demás. Pero los ciudadanos se encuentran prisioneros de un juego maléfico y cruel, ese juego definido por Poundstone en el que las únicas opciones son apoyar la intervención o el caos. O lo que se conoce como el efecto mariposa, en el que un banquero de Nueva York deja de ganar 100 dólares y por eso un obrero metalúrgico de Bilbao pierde su puesto de trabajo y no puede alimentar a su familia.

 

Y mientras el sistema económico imperial se desmorona y Occidente comienza a poner sus barbas a remojar, en estos días, China lanza su primer satélite tripulado al espacio.

 

 

Barcelona: apuntes biográficos.

Barcelona: apuntes biográficos.


La Barcelona actual se halla sumida en la más abyecta autocomplacencia. Desde los años 90, a golpe de piqueta y derribos, la ciudad ha enterrado su pasado y se ha convertido en lo que hoy es: una ciudad de escaparate con ínfulas de modernidad. La Barcelona obrera, vanguardista, convulsa, luchadora y peligrosa del pasado, esa ciudad que una vez fue conocida con el nombre de La Rosa de Fuego, ha quedado escondida en la trastienda, a salvo de la mirada de los turistas. Para las autoridades parece que nunca existió otra ciudad más que ésta que sale en las postales; el único pasado reconocido y propagado es el modernismo, como fuente de atracción turística, y el noucentismo, como ideal de un conservadurismo civilizado. Apenas algunos nombres de calles, como la de Ángel Pestaña o El Noi del Sucre, hacen referencia a otra cosa. Por eso, la inauguración el jueves 24 de la exposición Barraques, la ciutat informal en el Museo de Historia de la Ciudad, parece una rara avis en esta ciudad adormecida.
Cuando mi tío Agustín llegó a Barcelona procedente de un pueblecito sevillano en la década de los 40, la ciudad era gris, triste, aplastada por la represión franquista. Junto con otros miles de emigrantes empujados por la pobreza de la posguerra en las zonas rurales, mi tio Agustín y luego otros miembros de mi familia, llegaron a la ciudad para formar parte de la  fuerza de trabajo que el capitalismo demandaba. Barcelona era desde principios del siglo XIX una de las zonas fabriles de la Península, un lugar donde había enrraizado una clase burguesa que impulsó la industrialización y las formas de explotación capitalista. En esa época nació también como respuesta a las duras condiciones de trabajo y las desigualdades sociales los embriones del movimiento obrero. En 1835 un movimiento ludista acaba quemando la fábrica Vapor Bonaplata, más tarde se crean las primeras asociaciones obreras y a medida que avanza la segunda mitad del XIX Barcelona es el escenario del nacimiento del anarquismo. Entre 1880 y principios del siglo XX, las asociaciones anarquistas impulsaron una campaña de violencia que se tradujo en numerosos atentados y enfrentamientos con los pistoleros de la patronal: las bombas del Liceo, el atentado contra Martínez Campos, el asesinato de Cánovas... Fue en esa época cuando a Barcelona se la conoce como La Rosa de Fuego. El primer cuarto del siglo XX estará también marcado por el influjo del anarquismo entre la clase obrera barcelonesa y por los sucesos de La Semana Trágica en 1909. El movimiento obrero quedará descabezado después de la Guerra Civil, pero la Barcelona obrera sobrevivió porque el capitalismo se encargó de despoblar los pueblos andaluces, gallegos, extremeños, ... para traerlos a la ciudad a servir de carnaza a la burguesía victoriosa. Y así llegó mi tío Agustín, a instalarse en una barraca del Campo de la Bota y a romperse la espalda descargando barcos en el puerto. De esa época datan también La Perona, Can Valero, Can Tunis, Guinardó, las cuevas del Carmel, asentamientos barraquistas en plena ciudad, años antes de que esa misma mano de obra fuera expulsada a las afueras y creara el área metropolitana.
Esta también es la memoria de Barcelona, y Barraques, la ciutat informal es en nuestros días una exposición incómoda para aquellos que tratan de esconder la ciudad para no asustar a los asistentes a los congresos y las ferias comerciales, que es lo único que parece importarles a nuestros autocomplacientes gobernantes.




Información adicional:
Barcelones. Manuel Vázquez Montalban.
Ed Empuries.

El día que me vaya no se lo diré a nadie





El 2 de Febrero de 1994 la familia de Pedro Miguel Mérida Gallardo, natural de Baena (Córdoba) denunció su desaparición a la Guardia Civil. Aquella mañana, como tantas otras, Pedro Miguel había cogido su motocicleta para dirigirse al trabajo, un cortijo agrícola situado en Puente de Piedra. Allí se perdía su pista. Las fuerzas de seguridad encontraron su vehículo y su documentación, pero ni rastro del desaparecido. La familia comenzó una campaña a nivel nacional para tratar de encontrarle, pero fué en vano. En 2005, ante la falta de noticias, se iniciaron en los juzgados de Baena los trámites para declararle fallecido. El pasado sábado la Guardia Civil de Alcaudete, en la provincia de Jaén, detuvo por sorpresa a un hombre acusado de tenencia ilícita de armas y de decenas de robos y hurtos. Ese hombre no era otro que Pedro Miguel Mérida Gallardo.
Afeitado, limpio y en buen estado de salud, Pedro Miguel portaba una escopeta de cañones recortados cuando fue detenido, poniendo fin a más de 14 años sobreviviendo en la sierra jienense, al margen de cualquier contacto social. Parecía un excursionista, pero no lo era. Pedro Miguel Mérida abandonó con 36 años su vida tranquila y normal en el Jaén rural y desde entonces había vivido como un bandolero del siglo XIX, en una zona agreste entre Jaén y Córdoba que conocía muy bien, motivo por el cual logró huir de la Guardia Civil durante tantos años. Aliándose con la noche Pedro Miguel asaltaba cortijos y fincas, aunque nunca se llevó objetos de valor económico, si no comida. Vivió en cuevas y escondrijos de la sierra, donde se han econtrado alimentos, una televisión con batería y una radio, cientos de periódicos y algunas armas.
El juez le ha dejado en libertad con cargos, pero Pedro Miguel ha vuelto a huir. A día de hoy se vuelve a desconocer su paradero. "El último bandolero", como ya le han tildado los medios de comunicación, sigue libre en algún lugar de la sierra.

Disparando con Onda



No estamos como decía Fukuyama en el final de la historia, la imposición del capitalismo como modelo socioeconómico a nivel global parece darle la razón, pero la historia no es algo que se detiene a placer. La historia no es sólo el pasado, sino el presente y, quizás, sólo quizás, también el futuro. Asimiladas y comercializadas las revueltas del siglo XX y aniquilada la perversión del socialismo real, el capitalismo posmoderno parece sumido en su mejor época. Hasta las izquierdas más o menos institucionalizadas de Occidente le acaban dando la razón y asumiendo el capitalismo como forma de entender la vida. Progreso, industrialización, nuevas tecnologías, ocio, ... vocablos que utilizan las izquierdas no ya para referirse al proceso de alienación al que los poderes económicos actuales someten a los ciudadanos, sino para referirse a sus propias propuestas políticas.
La vida, como escribía Debord, ha quedado reducida a una mera representación: “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de la producción se presentan como una acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación". Es decir, que las condiciones de vida que impone el capitalismo (trabajo, especialización, ocio controlado, separación, consumismo) son el verdadero resorte a destruir. Para el situacionismo o el anarquismo de corte moderno, la consecución de una vida plena sólo es fáctible alejándonos de estas representaciones impuestas. Ese es el quid de la cuestión. En el siglo XXI la única revolución posible es la revolución de la vida.
Volvamos a los situacionistas , éstos ya calificaban las condiciones de vida de la sociedad capitalista como (no)vida. Los seres humanos sólo somos importantes en cuanto a productores-consumidores. Fuera de eso no hay ni una pizca de humanidad en el sistema. Estamos llegando también al momento histórico en que las sociedades capitalistas occidentales prácticamente no necesitan ya productores. Alegrémonos de que todavía necesiten alguien que compre ordenadores, relojes, coches, billetes de avión, televisores, etc, porque si no a buen seguro nos pasaría como a los galgos que ya no pueden ganar en el canódromo. Así que llegados a este punto es necesario alejarse del modelo de (no)vida, de la "catástrofe cotidiana" a la que nos somete el sistema. Para el capitalismo somos recursos humanos, meras correas de transmisión por donde transitan intereses que a penas llegámos a comprender. En Europa occidental, el Estado, después de décadas de lucha obrera, se ha encargado de protegernos frente a algunos de los desmanes de la economía a la que también defiende. Pero poco a poco ese Estado del bienestar surgido de las cenizas de las guerras mundiales y del peligro de la revolución obrera va llegando a su fin. Ya no hay peligro de revoluciones obreras. Ya no hay tampoco caretas, ni disimulos. Es el momento quizás de poner en marcha la revolución de la vida, no sólo para llevarle la contraria a Fukuyama, si no para poner palos en las ruedas del sistema y poder soñar con tener una vida plena.

CUADERNO DE VIAJE: TARDE DE VIERNES EN EL DARGAH

CUADERNO DE VIAJE: TARDE DE VIERNES EN EL DARGAH

Es noviembre de 2007 y hemos quedado con Shahid, nuestro conductor durante las dos primeras semanas en la India, para que nos conduzca hasta Pushkar, un pueblecito situado en el corazón del Rajastan. A primera hora de la mañana salimos de Udaipur para recorrer más de 300 kilómetros hacia el nordeste. Hace un par de días que ha comenzado la fiesta del Diwali, una de las celebraciones hindús más importantes, la que conmemora el regreso del dios Rama a su reino tras derrotar al terrible demonio Ravana. Las cinco horas en la carretera se me hacen monótonas, cruzamos una y otra vez los mismos pueblos de casas y comercios abiertos a la calle, y el paisaje es yermo, plano, estepario. Shahid parece pensativo, extraviado, y nos contagia de una melancolía silenciosa y apática. Cuando el paisaje cambia y comienzan a dibujarse las mágicas colinas puntiagudas del Nag Pahar (el monte de la Serpiente) adivinamos que ya estamos cerca. Pushkar es un pueblecito levantado alrededor de un lago que según cuenta la leyenda surgió de una flor de loto que dejó caer Brahma. Aquí, en la India, todo está intimamente ligado a lo sobrenatural, a la religión, a las creencias. Con más de 400 templos, este pueblo de apenas 15.000 habitantes, es uno de los centros de peregrinación hindú más importantes. Las carreteras que llevan allí están salpicadas de sadhus harapientos y descalzos que caminan por las cunetas, En sus calles hay todo un ejército de santones que duermen bajo los árboles o en los porches de las casas. En todo el pueblo hay un ambiente entre místico y extraño, una mezcla rara entre modernidad y religión, que se traduce en que en Pushkar está por ejemplo prohibido el consumo de carne pero a la vez es también famoso por su liberalismo en cuanto al consumo de psicotrópicos. Estamos emocionados de entrar en el mítico Pushkar, y mucho más por hacerlo en el día grande del Diwali, pero antes, a tan sólo 11 km de nuestro destino, vamos a tener una de las experiencias más intensas del viaje. De camino a uno de los corazones del hinduísmo nos vamos a topar de frente con otra de las grandes religiones de este país. Antes de Pushkar la carretera cruza la ciudad de Ajmer, una bulliciosa villa de casi 500.000 almas. Shaid, que es de religión musulmana, nos informa de que en la ciudad se halla el mausoleo del santo sufí Kwaja Muin al Din Chisti, el Dargah, uno de los centros islámicos más importantes de toda la India. Es la primera vez que abre la boca en todo el viaje. Nos comenta que a pesar de haber estado en Ajmer cientos de veces llevando a extranjeros hacia Pushkar, nunca ha entrado en el Dargah, y que le gustaría hacerlo alguna vez. Le decimos que pare y que vayamos. Hemos leido y nos hemos informado sobre lo que nos vamos a encontrar en Pushkar, aunque luego, como siempre, sobre el terreno todo sea diferente. Pero nada sabemos sobre el sitio al que nos dirijimos. Shaid conduce el Tata entre la multitud, la mayoría de ellos atavíados a la manera musulmana. Dejamos el coche en un parquing, Shahid se muestra intranquilo y caminamos tras él a través del gentío, es media tarde de un viernes, día sagrado para musulmanes. Las calles adyacentes al mausoleo son un hervidero de gente, de ruido, de puestos callejeros que venden golosinas, libros religiosos, pañuelos y gorros, flores, ofrendas, de mendigos y niños amputados por la lepra. Estoy a punto de pisar a un hombre con las piernas y los brazos retorcidos que se arrastra por el suelo. Cuando logramos llegar a la puerta del Dargah nos descalzamos y dejamos las sandalias junto a una montaña de zapatillas de todas clases. Pero la policía india, de malos modos, como siempre, nos impide entrar al interior con nuestras mochilas a la espalda. Así que nos vemos obligados a seguir de nuevo a Shaid, andando descalzos sobre las baldosas negras de la calle, de nuevo entre la multitud, sabiendo que si nos hacemos una herida en los pies en aquel momento podemos rezar para que las vacunas hagan efecto. Logramos dejar la mochila en una consigna cercana. Volvemos a la puerta de entrada al mausoleo, pasamos el detector de metales, llévamos la cabeza cubierta, así que estamos dentro.
Kwaja Muin al Din Chisti fué un santo sufí que llegó a este lugar desde Persia en 1192. El segundo emperador mogol, Humayun, fué el que finalizó el mausoleo, si bien ha habido añadidos posteriores. En el interior también hay muchísima gente, aunque todo es más recogido. Cruzamos un patio donde unos hombres cocinan gachas para los más pobres en unos enormes calderos de hierro. El ámbiente es mágico e intimidante. Entramos en el patio donde está el sepulcro del santo, Shaid nos ordena que nos sentemos en el suelo junto a los demás, mientras él se agolpa en la entrada del sepulcro para ofrecer las ofrendas que ha comprado. Nos percatamos entonces de que estamos solos, que somos los únicos extranjeros y que no tenemos ni idea de lo que hace toda esta gente. Tratamos de no llamar la atención. Nadie nos hace mucho caso a pesar de la curiosidad infinita de los indios. De repente todo el mundo se pone en pie, nos ponemos también en pie, por los altavoces comienza a tronar el canto del qawwali, la gente entona cánticos siguiendo todo un ritual de gestos. Me emociono por la energía del lugar, se me humedecen los ojos sin saber por qué. Shaid viene entonces en nuestra búsqueda, tiene los ojos enrojecidos y el gesto emocionado. Salimos del Dargah, la tarde cae deprisa y la noche nos alcanza ya en la calle, que sigue a rebosar de gente. Casi no hablamos, estamos extrañamente impactados, caminamos como autómatas, mi cabeza le da vueltas a miles de cosas, aquel lugar tiene la energía mágica que los humanos damos a nuestras creencias. El Dargah, el mausoleo de Ajmer, es realmente un lugar sobrenatural.

CUADERNO DE VIAJE: LA FRONTERA ORIENTAL

CUADERNO DE VIAJE: LA FRONTERA ORIENTAL





En Hassi Labied, pueblecito de casas de adobe asomado a las dunas del Erg Chebí, el tiempo parece detenido en otra realidad. Estamos 5 kms al norte de Merzouga, un lugar perdido en el mapa que, sin embargo, vive hoy en día del numeroso turismo que atrae su cercanía al desierto del Sáhara. Más allá sólo hay arena y la frontera con Argelia.
Es curioso, pero esta frontera, la que separa Marruecos de Argelia, es la frontera cerrada más larga del mundo. 1500 kms, algunos de ellos en litigio entre ambos paises, cerrados a cal y canto desde que en 1994 tres argelinos afincados en Francia perpetraron un ataque terrorista contra el hotel Atlas-Asni de Marrackech en el que murieron dos turistas españoles. A pesar de esto los litigios fronterizos fueron constantes desde que en 1964 Argelia accedió a la independencia. Pero el último cierre es el más largo de la historia y esta frontera una de las más infranqueables del mundo.
Marruecos y Argelia tienen muchas cosas en común, pero llevan mirándose como enemigos casi desde el principio. En los 70 se enfrentaron por la cuestión saharaui (no hay que olvidar que la mayoría de campos de refugiados saharauis se encuentran en suelo argelino) y en los 90 por la situación de guerra civil que vivió Argelia con el auge del islamismo. Como todas las fronteras cerradas ésta no sólo separa a dos paises herrmanos, sino a miles de familias, obligadas a vivir con la separación, y hunde la economía en una región ya de por si pobre.
Al sur de Merzouga la linea fronteriza recorre impresionantes paisajes donde el viento juega con la arena y las dunas se tiñen de rojo al atardecer. Mucho más al sur, en Tinduf, donde comienza el territorio del antiguo Sáhara Occidental, ambos paises acumulan al grueso de sus ejércitos, que se miran frente a frente en las arenas del desierto. Desde Merzouga hacia el norte, Marruecos y Argelia se codean con desconfianza, pero se codean al fin y al cabo.
En Hassi Labied decidimos alquilar un taxi, uno de esos viejos Mercedes, para que nos lleve hasta Figuig, 500 kms al norte. Tomamos la nueva carretera asfaltada que nos conduce hasta Rissani, donde nos despedimos de Rachid y Akur, nuestros anfitriones. Akur tiene veintitantos años, una miopía bastante extrema y una sonrisa franca y contagiosa, aunque mellada y de dientes negros. Antes de salir de Rissani, Akur nos hace un último favor y nos consigue 10 gramos de oloroso hachís. Nos despedimos de ellos con pena y les prometemos volver. Después el viejo Mercedes enfila hacia Erfoud.  A partir de Erfoud la carretera, estrecha y la mayor parte del tiempo recta hasta el horizonte, cruza un desierto pedregoso donde de vez en cuando se alza una montaña surgida de la nada. Dentro del taxi nosotros nos dedicamos a fumar hachís, menos cuando el taxista nos avisa de la presencia de algún control policial  y a mirar el paisaje. Durante cinco horas recorremos una tierra hostil pero sublime, me sumo en mis pensamientos, que sólo son rotos por las pocas muestras de humanidad que vemos en el camino: normalmente mujeres que pastorean cabras en las cunetas de la carretera. Entramos en el pueblo de Bouarfa después de bastantes horas sin encontrar nada en el camino. Repostamos y seguimos el camino entre impresionantes montañas que dejan paso a valles pedregosos donde la luz cobra un sentido irreal. A pocos kilómetros de nuestro destino un último control policial. En medio de la carretera que cruza este desierto de piedra se divisa una garita pequeña donde dos agentes de la gendarmería marroquí hacen guardia en mitad de la nada. Nos detenemos y nos hacen salir del vehículo, les entregamos los pasaportes y comienzan a rellenar unas toscas fichas hechas a mano. El aire es helado y a nuestro alrededor solo hay piedras y unos perros semiabandonados con los que nos entretenemos jugando. Hace tanto frio que fumamos con fuerza, casi como si el humo pudiera calentar o protegernos del aire afilado. Los gendarmes, como casi todo en este país, no son precisamente rápidos. Nos hacen algunas preguntas: ¿hasta cuando nos pensamos quedar en Figuig? ¿qué vamos a hacer allí?, ese tipo de preguntas que suele hacer la policía en todos los lugares del mundo. Al final nos desean suerte y seguimos nuestro camino.
Figuig es un oasis en medio del páramo. 200.000 palmeras datileras regadas por pozos artesianos. Siete comunidades o ksars (asentamientos fortificados) de color ocre que antiguamente se disputaban el control del palmeral y los accesos al agua. Figuig se encuentra fuera de los circuitos turísticos, y es un pueblo tranquilo de gente amable y pacífica. Pero no siempre fué así, hasta 1995 era el segundo paso fronterizo más importante de Marruecos después de Oujda, y lugar de paso de los peregrinos que viajaban a La Meca. Hoy en día, sólo dispone de dos hoteles, uno de ellos bastante decadente, a pesar de que el pueblo bien merece una visita. El segundo día alquilamos una bicicleta y recorremos los escasos dos kilómetros que lo separan de la frontera cerrada. El asfalto se encuentra en mal estado. El único gendarme marroquí que nos sale al paso es un tipo simpático, no nos deja hacer fotos a los puestos de control abandonados ni a las barreras, pero sonriendo nos señala hacia Argelia y nos comenta que de momento allí no tienen problemas con los vecinos del este. Sin embargo, el cierre de la frontera ha privado a Figuig del grueso de su palmeral, que ha quedado en territorio argelino. Los que tienen familia al otro lado consiguen que sus parientes se ocupen de las palmeras, los que no, asisten impotentes a su deterioro. La economía local hace tiempo que está en crisis y la emigración va vaciando poco a poco este pueblo peculiar. Sólo las divisas que los emigrantes envían desde Europa mantiene a Figuig con vida. Al otro lado Beni Ounif, el primer pueblo argelino.
Salimos al amanecer de Figuig en un autocar de la CTM, rumbo al norte, siguiendo la linea fronteriza, hasta Oujda, la ciudad más grande del Marruecos oriental, ya a tan solo 60 Kms del Mediterráneo. Oujda es una ciudad en expansión, relativamente moderna, que lleva varios años intentando olvidarse de Argelia y de que alguna vez la ciudad le debía toda su prosperidad a ser el paso fronterizo más importante del país. Sin embargo, las huellas de la decadencia económica que supuso el cierre de la frontera son todavía visibles: hoteles destartalados, cafés abandonados, ...  En el puesto fronterizo, donde se llega a través de una calzada llena de obstáculos y barreras, la policía marroquí monta guardia con desgana. Por supuesto, no se pueden hacer fotos.
Como toda frontera que se precie, en los alrededores de Oujda se practica el contrabando, sobretodo de combustible, en coches que llegan a transportar hasta 1500 litros, y que de una forma suicida se juegan la vida transportando desde Argelia combustible para el mercado marroquí. Junto con el combustible, el tráfico de drogas y la inmigración ilegal son otros de los negocios que afloran en la frontera. En los alrededores de Oujda florecen los asentamientos de subsaharianos que tienen como meta cruzar a Europa.
Ya no seguimos más al norte, en la estación de trenes de Oujda, moderna y funcional, compramos un billete para Fez.
En los últimos años Mohamed VI, el rey de Marruecos, ha hecho gestos apaciguadores hacia Argelia. De hecho, desde 2005, se han suprimido los visados para marroquíes y argelinos que pretenden viajar al país vecino, pero la reapertura de la frontera es un tema más complicado. Argelia supedita este tema a la solución del conflicto saharaui. Mientras tanto, para viajar desde, por ejemplo, Aghbal (Marruecos) hasta Nedroma (Argelia) que distan sólo 40 kms y donde viven familias separadas, un marroquí debería ir a Oujda, desde allí a Casablanca y luego volar a Orán y recorrer por carretera 200 kms hasta Nedroma.
Una realidad que está a pocos kilómetros de la Península, al otro lado del Estrecho.

ABOLIENDO EL FUTURO: UNABOMBER FOR PRESIDENT

ABOLIENDO EL FUTURO: UNABOMBER FOR PRESIDENT





En los años 80 y 90 había una pintada que aparecía periódicamente en muchos muros de ciudades y universidades estadounidenses. Siempre había algún encargado de la limpieza que la borraba, pero siempre había alguien que amparándose en la oscuridad volvía a realizarla. "Unabomber for President" decía la pintada. ¿Pero quién era Unabomber?. Durante dos décadas el FBI le tuvo en el número 1 de los más buscados, se llegaron a ofrecer un millón de dolares por su cabeza y se llegó a dudar si era un grupo o una persona, si era un loco o un revolucionario. En 1995 Unabomber, que habla como si fuera una organización, logra que The Whasington Post y The New York Times publiquen bajo coacción un manifiesto titulado "La sociedad industrial y su futuro". La policía espera que algún fragmento del texto o su estilo le delaten, que alguien le reconozca. Y así es. Su hermano, que lee el manifiesto en la prensa, comienza a ver semejanzas entre las ideas que se exponen allí y las cartas que el hermano ha enviado en los últimos años a su madre. Suena el teléfono en alguna oficina del FBI. "Este es nuestro hombre" dicen los agentes federales al ministro de Justicia. En abril de 1996 el FBI detiene en una cabaña recóndita situada en una zona agreste de la Cordillera de Montana a Theodore Kaczynski.

"La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la humanidad. Ha aumentado la esperanza de vida de aquellos que viven en sociedades avanzadas, pero desestabilizó a la par la sociedad, esclavizando a los hombres con humillaciones que han conducido a un general sufrimiento psicológico (que en el Tercer Mundo es a la vez sufrimiento físico) causando severos daños a la Naturaleza".
Theodore Kaczynski nace en 1942 en Chicago, en una familia de origen polaco. Se graduó en Matemáticas en la prestigiosa universidad de Harvard y llegó a trabajar como profesor en la Universidad de Berkeley. En 1969 renuncia a su trabajo y huye de la sociedad instalándose en una cabaña sin agua ni electricidad en las montañas de Montana, donde cobra sentido dentro de su cerebro la idea de que el progreso tecnológico es el culpable de los males a los que está abocada la humanidad. "Abogo por una revolución contra el sistema industrial -escribe en una carta a su madre- No se trata en ningún modo de una revolución de carácter político pues su objetivo no es derrocar gobiernos sino sistemas económicos y poderes tecnológicos convertidos en la médula de esta sociedad". Una mañana de 1978 Kaczynski despertó y ya no le bastaba el susurro del viento entre los árboles, ni los libros de matemáticas, decidió comenzar esa revolución de la que hablaba. Y la revolución cobró vida en forma de paquete bomba.
El primer paquete bomba le amputó dos dedos a un guarda de seguridad de la Universidad de North-Western. Había nacido Unabomber. Según Sartre hay diferencias entre un hombre en guerra y un miserable. ¿Luchaba Unabomber contra la sociedad o contra sí mismo?. Un hombre en guerra vive en sociedad, posee sus mitos y tiene esperanza, considera digna su lucha y es un exceso de cordura el que le ha llevado a su guerra. Un miserable era para Sartre un solitario sin mitos, sin esperanza, que no concede nobleza a sus actos y que ha llegado a su situación arrastrado por la locura. ¿Es Kaczynski un hombre demasiado cuerdo o un loco? ¿Es un hombre en guerra o un miserable?.

"Es imposible -dice Kaczynski- que conservemos la esperanza de que pueda reformarse el sistema actual, reconciliando la libertad humana con la tecnología. La única posibilidad es prescindir completamente del sistema tecnológico-industrial". Unabomber tenía claro quienes eran sus enemigos y comenzó a sembrar de cartas bombas el país: fabricantes de computadoras, líneas aéreas, pensadores neoliberales, televisiones, ... En Noviembre del 78 una bomba estalla en un Boeing 727 de American Airlines obligándole a hacer un aterrizaje de emergencia. La policía de todo el país ya anda tras sus pasos. En los muros hay gente escribiendo "Unabomber for President".

Y así durante un montón de años: en 1980 una carta bomba contra el presidente de United Airlines, en el 81 otro atentado contra un aula de la Universidad de Utah, al año siguiente hiere a la secretaria de la Universidad de Nashville y a un profesor de informática de Berkeley, otro estudiante de Berkeley, la Boeing Company, una tienda de ordenadores de Michigan en 1985 y otra en Salk Lake City en el 87, y suma y sigue, un doctor en genética de San Francisco, un ejecutivo publicitario, ... Durante 18 años Unabomber logra poner en jaque al FBI pero tambén ve que, en contra de algunos de sus pronósticos, la revolución que él puso en marcha mediante la acción directa no ha dado los frutos esperados. En una carta al Whasington Post y al New York Times Unabomber comunica su decisión de abandonar la lucha armada si algunos medios de comunicación difunden un manifiesto. El 19 de septiembre de 1995 The Whasington Post publica "La sociedad industrial y su futuro". Kaczynski vuelve de momento a sus bosques.

Y luego la historia ya está contada. Su hermano David pone en alerta al FBI sobre la identidad y paradero de Theodore. Cuando la policía llega a la cabaña de Montana encuentran material suficiente para fabricar varias bombas. Comprueban que Theodore Kaczynski no es otro ermitaño en guerra contra el mundo de los que pueblan las zonas recónditas de Norteamérica, sino el propio Unabomber. En 1998 se le condena a cadena perpetua por su responsabilidad en los 3 muertos y 23 heridos que habían causado sus atentados explosivos. Mientras, comenzamos a leer "La sociedad industrial y su futuro": "La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana...".
¿Unabomber for President?.





Enlace a La Sociedad Industrial y su Futuro, por Theodore Kaczynski.

http://www.sindominio.net/ecotopia/textos/unabomber.html

Zerzan versus Tyler Durden

Zerzan versus Tyler Durden



"Todo lo que posees acabará poseyéndote".

"No sois vuestra cuenta corriente. No sois el coche que tenéis, ni el contenido de vuestra cartera. No sois vuestros pantalones. Sois la mierda cantante y danzante del mundo".



A raiz de éstas y algunas frases más de Fight Club, la película de David Fincher (1999) basada en la novela homónima de Chuck Palaniuk, me ha venido a la mente el año de estreno de la película y un nombre:
1999, el año de estreno de la película de Fincher, fue también la fecha de los disturbios que se organizaron contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle. El germen de un movimiento más amplio que tuvo ecos en Barcelona o Génova y que hoy en día viene a llamarse algo así como movimiento antiglobalización. En aquellos días se hicieron también famosos los Black Bloc, los grupos vinculados al anarquismo de acción directa. Y con ellos un nombre:
El nombre es John Zerzan. Nacido en 1943 en Oregón, de padres checos, Zerzan es un filósofo y pensador estadounidense de ideología anarco-primitivista al que se acusó de estar detrás de los radicales de Seattle. Parte de la prensa le acusó aquellos días no sólo de ser el instigador de los Black Bloc, sino también de haber planeado todo lo que sucedió en la ciudad norteamericana aquel mes de noviembre. La historia es bien sabida: más de 100.000 personas mantuvieron en jaque a la policía durante varios días e hicieron fracasar la Ronda del Milenio de la OMC. Surgía una nueva forma de entender las relaciones sociales al margen de la que el capitalismo imponía. Una amalgama ideológica que se resumía en la confrontación contra un sistema que convierte a los ciudadanos en meros consumidores o que hace que los intereses de las grandes compañías estén por encima de la sostenibilidad ambiental y humana. ¿Les suena esto a los que han visto Fight Club? Dijo Zerzan de la película que era el ejemplo de una nueva conciencia contracultural, y es que los postulados del film, a pesar de ser algo confusos ideológicamente, anticipan lo que iba a pasar en Seattle. Hasta parece verse la mano del propio Zerzan, que lleva años teorizando contra la civilización, que él entiende como una alienación del individuo. Así, el ser humano sólo puede alcanzar la felicidad y la justicia renunciando a todo lo material, a toda la tecnología que nos convierte en esclavos del sistema, huyendo de las ciudades, que son monstruos sin futuro, denunciando la división del trabajo que nos convierte en piezas del engranaje. Sigue diciendo Zerzan que hay que volver a un tipo de sociedad primitivista y destruir todo lo que nos ata a la civilización. La domesticación del ser humano y de todo lo que le rodea es un problema, porque se traduce en dominio, en posesión; dominio sobre la naturaleza, dominio sobre otros seres humanos. La maldad del sistema es hacernos poseedores de objetos más allá de lo necesario para vivir.
Hay en todo este nihilismo ácrata de Zerzan una conexión evidente con el film de Fincher, así como de ambos con la conciencia de los movimientos antiglobalización de carácter antisistema. "La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos (...) y estamos muy, muy cabreados", dice el personaje de Tyler Durden en la película, como si fuera la síntesis que condujo a Zerzan y los suyos a hacerse con las calles de Seattle en aquel lejano ya 1999. La misma conexión que llevó al filósofo norteamericano a la carcel para entrevistarse con Theodore Kacynski, Unabomber, el matemático terrorista anacoreta que se dedicaba en sus ratos libres a enviar paquetes explosivos en protesta contra la tecnología y la sociedad. Pero éste, por sí solo, merece un capítulo a parte.

Para interesados en las ideas de John Zerzan:

http://www.lisergia.net/quebelloesvivir/pensamientograve/Zerzan.html

Cosas que me provocan



Algunos me llaman quisquilloso,o sea se, que me molestan cosas nimias, quizás absurdas. Que siempre estoy pendiente de los detalles más superfluos y que carecen de importancia. No se. Quizás. Todo esto viene al caso de un episodio que me pasó ayer. Eran más o menos las siete de la tarde. Mi amiga Sonia y yo estábamos tranquilamente tomando una caña sentados en una terraza de la Plaza de la Vila. De repente, sin hacer mucho ruido, se concentró frente a la fachada del ayuntamiento una treintena de personas, padres de familia con niños. Llevaban una pancarta, llegaron a gritar algo. Vaya, que estaba demasiado enfrascado en mi conversación para prestarles atención. Al otro lado de la calle, custodiando la puerta del ayuntamiento aparecieron 5 o 6 policías municipales y 3 Mossos d’Escuadra, dos chicos y una chica. No parecía que fuera a desatarse allí mismo la revolución, la verdad. Dos de los Mossos, con las manos cruzadas detrás de la espalda y frente a la concentración, mascaban chicle. Me fijé bién. Si, si. Mascaban chicle con amplios movimientos de mandíbula.
Fíjate, fíjate, le dije a mi amiga Sonia, fijate en los mossos mascando chicle.
¿Y qué?.
Joder, no lo ves, están de servicio, no deberían estar mascando chicle como si fueran unos chulos de discoteca.
No se. Desconozco si hay una normativa que les impida mascar chicle, como la hay en otros trabajos, pero si no existe debería implantarse. Hace un par de meses el debate sobre las normas de comportamiento que debe respetar un representante del orden saltó a los medios de comunicación franceses. El presidente galo, si, ese, el marido de Carla Bruni, comunicó a los mandos policiales que a partir de ahora no se podía tutear a los ciudadanos, ni sacar el brazo por la ventanilla del coche patrulla mientras se conducía, ni mostrar ningún tipo de actitud provocativa. No se si dijo algo sobre mascar chicle, pero supongo que si, no hay nada más provocador que un policía mascando efusivamente un chicle con pose chulesca. Aunque no ponga pose chulesca el chicle ya te la da. Como una máscara. ¿Soy el único que lo ve asi? ¿Seré demasiado quisquilloso? No lo se, pero la próxima vez que vea a un poli mascando chicle me pienso enterar de si lo pueden hacer o no. Y tanto si lo pueden hacer como si no voy a armar una gorda. Porque si. Por provocarme..

Llorando a aquella que creyó amarme III

Llorando a aquella que creyó amarme III

Llorando a aquella que creyó amarme II

Llorando a aquella que creyó amarme II

Llorando a aquella que creyó amarme

Llorando a aquella que creyó amarme






Alberto García-Alix (León, 1954), es uno de los fotógrafos que más admiro. Seguidor de Richard Avedon, Diane Arbus o Willian Klein, García-Alix recibió en 1999 el Premio Nacional de Fotografía en reconocimiento a más de dos décadas de trabajo. Fué protagonista de la Movida Madrileña, que documentó en una serie de fotografías, e impulsor de la cultura underground española gracias a su labor como fotógrafo y desde las páginas de revistas como El canto de la tripulación. Bajó a los infiernos y fotografió lo que sucedía a su alrededor. Ese es su elemento definitorio, Garcia-Alix documenta lo común, lo que le rodea: sus amigos, los sitios por los que pasa, las cosas que le atraen... Su obra retrata lo grotesco, lo vulgar, lo repudiado, lo que se sale de lo común, lo feo, en un esfuerzo por alumbrar los rincones descarnados de la humanidad.
García-Alix, tatuado, patillas anchas, mirada franca, fumador y bebedor, rebelde, ha fotografiado siempre aquello inexplorado para poner ante el espectador una realidad inquietante de la que se suele huir. De esa forma el fotógrafo cuestiona la vida y los caminos que conducen al cielo. Abonado al blanco y negro y lejos, todavía hoy, de la fotografía digital, son conocidas sus series sobre pornografía, drogas, prostitución, música, motos, tatuajes, así como sus retratos y autoretratos. Vamos, las cosas que le han obsesionado siempre.
Dice García-Alix que gracias a sus pecados saca mayor partido a sus ojos, por eso también gracias a nuestros pecados espero que alguién nos recompense con tener su obra siempre cerca. Sus fotografías te gritan a la cara, son intensas, tremendamente poéticas. Con él no caben medías tintas.

Cuestionario





Nombre: On the road.
Edad: 33
Edad del blog: es un bebé todavía.
Profesión: en las listas del INEM.


¿Por qué comenzaste a escribir tu blog?
Para matar el tiempo.

¿Como elegiste su temática?
Tengo la insana costumbre de pasarme el día mirándome el ombligo.

¿Cúanto tiempo dedicas a mantener tu bitácora?
Más de lo que parece a simple vista.

¿Qué significa tu blog para ti?
Como???

¿Te sientes parte de la comunidad de blogeros?
Rotundamente no.

¿Crees que los blogs son una moda pasajera?
Todo es pasajero.

¿Has establecido una relación personal con alguien que hayas conocido a través del blog?
No, de momento sólo lo leen los amigos a los que apunto con el revolver.

¿Esperas ganar dinero con el blog?
¿Y si no para qué coño lo hago?

Disparando contra la televisión

Disparando contra la televisión



La semana pasada ví en Cuatro uno de los reportajes que el conocido periodista Jon Sistiaga firma mensualmente para la cadena: Secuestrados: agonía en la oscuridad. Yo, que tenía más o menos valorado al reportero vasco, me sorprendí del tratamiento que en el citado reportaje se dió al tema de los secuestros en Colombia. El reportaje comienza con una entrevista al cantante colombiano Juanes, cosa que, lo siento por mis prejuicios absurdos, ya me dió mala espina. La columna vertebral de la hora y pico de reportaje eran las declaraciones del marido de la política franco-colombiana Ingrid Betancourt, secuestrada por las FARC desde 2002, y una voz en off que lee fragmentos de la última carta que Ingrid envió a su familia. El resto del reportaje son mayoritariamente declaraciones de ministros, exsecuestrados o desertores de la guerrilla que ahora trabajan para el Gobierno. Lo único un poco inusual son las breves declaraciones de uno de los líderes del ELN desde la carcel o las grabaciones desde la selva de imágenes de la guerrilla.
Sistiaga narra de una forma totalmente subjetiva y bastante panfletaria su visión del asunto, acusa a la guerrilla prácticamente de todos los males de Colombia y mezcla, de una manera caótica (no quiero pensar que intencionada), el negocio del secuestro en el país, que no sólo se ciñe a las FARC, sino que incluye la delincuencia común, las mafias, ...
Se entiende que secuestrar es malo, que retener a una persona contra su voluntad para conseguir dinero o alguna contraprestación está mal, eso no hace falta ni decirlo, que las FARC actuan mal al mantener a más de 700 secuestrados en la selva, pero de ahí a ironizar sobre las declaraciones de los mandos guerrilleros, a lanzar frases con un contenido político de primaria o a decir que como la guerrilla se financia con el negocio de la cocaína ya no puede hacer propuestas políticas, hay un gran salto.
Lo siento Jon, pero no puedo darte mi beneplácito. Tu reportaje es lo más superficial y ñoña que he visto sobre el tema.

Desde la trinchera cósmica: Montero Glez.

Desde la trinchera cósmica: Montero Glez.




Estos últimos días ando enfrascado en la lectura de la tercera novela de un autor poco conocido pero que desde aquí quiero reivindicar. El escritor es el madrileño Montero Glez y el libro es su tercera novela después de Sed de Champán (1999) y Cuando la noche obliga (2003), Manteca Colorá (2005). Montero Glez es un tipo raro, se marchó del Madrid castizo que tan bien retrató en su primera novela y fue a aposentar su culo inquieto cerca del Estrecho, de donde le vino la inspiración para escribir las desventuras del Roque, que como el Charolito de Sed de champán, es alguién que desde la cuna le ha tocado vivir al margen de la ley. La prosa de Montero Glez es osada y valiente, repleta de vertiginosos diálogos cañís, de inspiración cinematográfica, provocadora, castiza. Una voz diferente dentro del panorama de nuestras letras, como dijo Carlos Barba en La Vanguardia "un cruce estrafalario entre Lorca y Tarantino".
En Manteca Colorá la historia es sencilla: el Roque, que acaba de salir de la carcel vuelve a Conil de la Frontera, su pueblo gaditano, para hacerse cargo del transporte de un alijo de hachís que lleva un barco frente a la costa marroquí por orden del Coronel, uno de sus antiguos jefes. Lo que él espera sea un trabajo sencillo se convierte en una trampa de la que no le será sencillo huir. A partir de aquí todo se complica para el Roque. Desde el título toda la novela transpira ese ambiente de la Andalucía auténtica, esa Andalucía de mantecá colorá, de Vírgenes, de la calor, de toldos de Cruzcampo, de luces en la noche para dirigir los alijos del moro, de bardeos y Tío Pepe. Una prosa, la que maneja Montero Glez, que te sale al paso cortando el aire como el filo de una navaja en una reyerta: brillante, ruidosa, peligrosa. Con frases que te hacen jalear, temblar o reir: "el Roque no se detenía por nadie ni por naide", "el que ignora su miedo es débil, y el Roque, que no era débil, sintió el tiburon del terror navegarle las tripas", "que ser pobre y honrao al mismo tiempo es como hacer pan con hostias".
A raiz de esta lectura me han venido a la cabeza algunas reflexiones en torno al localismo o costumbrismo del arte. En España no hay peor insulto que ese. Si te acusan de localista estás perdido. Sin embargo, Manteca Colorá es un ejemplo, podríamos poner muchos más, de una obra absolutamente localista que no pierde un ápice de su fidelidad, de su calidad, y que es precisamente en este costumbrismo en el que se basa. El Roque no puede ser más que de ese sur que mira al mar y que vive gracias a lo que produce la zona: el pescao, el tráfico,... Y el lenguaje es el lenguaje que se usa en las tabernas y en las calles de Cádiz. Estamos tan acostumbrados y colonizados por la cultura anglosajona y, sobretodo, norteamericana, que a veces no percibimos que sus libros, sus películas, su música, son de un localismo extremo. Los artistas norteamericanos fabulan con materiales cercanos que nosotros, en nuestra lejanía, percibimos como abstractos, universales. ¿Hay algo más localista que hablar del prototipo intelectual que vive en Manhattan como hace Woody Allen? Y esto no evita que sus películas sean aplaudidas en todo el mundo. ¿Algo más costumbrista que las canciones de Cohen, que las novelas de McCarthy?.
Por eso sí, Manteca Colorá (que, por cierto, para quién no lo sepa, es una manteca de cerdo de color anaranjado por el pimentón, que está cocinada con trozos de carne de cerdo, laurel y orégano y que en muchos lugares del sur de España sirve para untar tostadas, sobretodo a la hora del desayuno), es una novela ferozmente localista y tremendamente buena. Y ahora, como escribió Pérez Reverte a propósito de su autor, vayan y leánlo, si es que tienen huevos.

Postcards from India (extracto)

Postcards from India (extracto)



13 de noviembre de 2007

Nos levantamos temprano en la habitación enmoquetada y sucia de nuestro hotel de las afueras de Jaipur. La calle es como un inmenso desguaze de autocares, el pequeño Tata de Shaid, que éste limpia con cuidado cada mañana, es como un coche de juguete en medio de aquel descampado lleno de autocares desvencijados. Partimos hacia el este, 300 km que hacemos en 5 horas que se hacen pesadas. La carretera está todo el rato repleta de vehículos, animales y personas. Cruzamos los típicos pueblos cuya gente parece estar en su totalidad también en la calle. Dejamos atrás Rajastán y entramos en el estado de Uttar Pradesh. Cerca de las dos de la tarde entramos por fin en la populosa Agra. Agra es una ciudad industrial donde viven un millón y medio de personas, fundada por los mogoles en el s. XVI. Situada en la llanura del Ganges, en la orilla occidental del rio Yamuna. Hoy en día, la ciudad parece sucia, contaminada, repleta de riscksaws y cicloriscksaws, de mendigos y de vendedores de recuerdos y baratijas.
Paramos a comer en un restaurante de ambiente familiar, oscuro, decadente. Luego Shaid me deja en una oficina de cambio, cambio en rupias 100 euros y me cobran el interés más alto de toda la India. Leo en la guía que en Agra esto es normal. Después el Tata nos deja a la entrada de un gran parque repleto de gente, quedamos con Shaid a las 8 en el mismo lugar. El parque que conduce al Taj Mahal esta lleno de mendigos, turistas, vendedores de souvenirs. Compramos la entrada (750 rupias para los extranjeros!!) y nos ponemos en las enormes colas que conducen al detector de metales que franquea la entrada. Hay una cola para mujeres y otra para hombres. No se por qué la de las mujeres no avanza. O tienen más ropa y cuesta registrarlas o todas tienen pinta de sospechosas o a la que hace los registros le gusta mucho su trabajo, no sé. Al final logramos cruzar la puerta de arenisca roja con inscripciones del Corán y vemos recortada, imponente, perfilada contra el cielo azul, la impresionante mole de marmol blanco del Taj Mahal. El Taj Mahal es el monumento más conocido de la India, por él desfilan al cabo del año millones de personas de todo el mundo. Fué construido en 1653 por el emperador mogol Sha Yahan, que hizo venir a veinte mil trabajadores de toda Asia Central para construir un mausoleo en honor de su segunda esposa, fallecida durante el parto del decimocuarto hijo. Mucha gente te pregunta si vas a ir al Taj Mahal cuando les informas de tus intenciones de viajar a la India. Quizás por eso, por el turismo, por las contradicciones de tales monumentos, quisimos dejar de lado su visita, olvidarnos de que existía. Pero somos débiles y la presión pudo con nosotros.
El Taj Mahal está construido en marmol blanco translúcido, con tallas en forma de flores y miles de incrustaciones de piedras preciosas. Su visión es de una simetría alucinante. Ni siquiera con prejuicios se puede dejar de admirar el monumento. Paseamos por el jardín, entramos en el edificio, vemos como el Taj Mahal cambia de color a medida que avanza la tarde. He de reconocerlo, es espectacular. A pesar de todo no podemos captar del todo la magia del entorno, miles de turistas indios han tomado el mausoleo al asalto. A veces no se puede caminar entre el gentío. Como en otros lugares, sobretodo en Jaipur (es curioso, pero esto pasa más en sitios masificados de turistas), nos hacen posar una y otra vez al lado de familias de indios sonrientes, los niños nos persiguen para hacernos fotos, las parejas posan alternativamente, abrazándonos como si fuéramos amigos íntimos. Nos miran con esa curiosidad desprejuiciada con que miran los indios, que parecen niños viendo alguna cosa por primera vez. Vale si, soy blanco, un puto blanco, dejad ya de mirarme!!!. Nos divierte mucho esta actitud que tienen y jugamos a hacernos los famosos.
Salimos del Taj Mahal cerca ya de las 8, cruzamos el parque y, a la entrada, encontramos a Shaid. Montamos en el coche y partimos en busca de un hotel. La luz del atardecer es mortecina, hay una niebla imprecisa de contaminación y nubes bajas, de humo. El olor de un vertedero ardiendo me llena la nariz y luego ya no puedo desprenderme de él.
El Hotel Surya está situado en una calle polvorienta, repleta de mosquitos. En la recepción pasamos 5 m sin entender muy bien si nos quedamos o nos vamos. Al final está completo, por un momento tenemos la esperanza de que el cambio será para mejor. Pero no. La habitación del tenebroso Hotel Swaagat es pequeña, el mobiliario es decrépito, las ventanas están rotas y está llena de mosquitos. Nos sentamos en la cama, encima de una colcha roída. Nos miramos, después de las dos noches de Jaipur necesitábamos algo mejor. Un lagarto grande y verde se cuela por un agujero y nos mira divertido desde el techo. A pesar de que el lagarto nos ayudaría en nuestra descarnada lucha contra los mosquitos tengo que echarlo a zapatillazos. Al rato vuelve Shaid, que ha ido a cumplir un encargo que le habíamos hecho. Nos trae una prueba y dos bolsitas selladas de color blanco con el anagrama de los sijs. Lo probamos. Es el mejor que hemos fumado hasta ahora. Le decimos a Shaid que nos lleve al Dasaprakash a cenar. El restaurante está situado en la primera planta de un edificio moderno, es sencillo, acogedor, limpio, los camareros son amables. La clientela es mayoritariamente india, gente bien vestida y discreta. Me como un Thali típico del sur de la India y de postre un helado de vainilla. El camarero me explica el orden correcto en que se come el thali. Todo es perfecto aunque no se puede fumar. Volvemos al hotel, Shaid se ha quedado durmiendo dentro del coche, no ha querido acompañarnos en la cena. Menos mal que tenemos dos bolsitas llenas del charás de los sijs para olvidar nuestra decrépita habitación y calmar los ánimos de cara a mañana, temprano partimos en tren rumbo a Jhansi para seguir en autocar hacia nuestro próximo destino: Khajuraho.

Felicidad

vagamos por las calles salvando la distancia

saltando entre charcos somos niños

de piel y huesos amantes a pesar de la

 

vida y de mi poca seriedad paramos

en todos los bares donde nos dejan entrar

que no son muchos ya te dije que no gritaras

 

y a pesar de todo por un momento

rozamos el tema ese de la felicidad. 

La Vida en las Ventanas

La Vida en las Ventanas



Me encantan las ventanas. Pasear y mirar las ventanas. Sobretodo cuando anochece. Entonces todas las ventanas de la ciudad parecen esconder historias. Y yo imagino siempre vidas más interesantes que la mía, a lo mejor más sosegadas, quizás más divertidas. Y me encanta la arquitectura de las ventanas, ese abertura que comunica lo interior y lo exterior, lo privado y lo público. Como en los cuadros de Edward Hopper, esos lugares con ventanas en los que la visión exterior puede captar por un momento fugaz una escena interior, para provocarte la misma sensación que las ventanas de la ciudad cuando anochece, esa sensación de soledad y aislamiento, de melancolía, y también permitirte a la vez captar una historia profunda que cobra vida en tu cerebro. En Hopper no son sólo ventanas de edificios o casas, son también las vidrieras de los bares, los hoteles, las estaciones, ...
Como en las obras de Hopper esas personas que vislumbramos a traves de las cortinas, o sentadas en los bares, o a través de la ventanita con la luz fría de un tren que pasa rápido por el paso a nivel son como enigmas que nunca llegaremos a desentrañar. No sabemos de dónde vienen ni a dónde van, pero durante un momento observamos un fotograma de sus vidas, y esa distancia les dota de un áurea que siempre les hará más interesantes que nosotros mismos. Como Hitchcock con La ventana indiscreta, hay un cierto placer en contemplar la vida de los otros. Hay un cierto placer poético en las ventanas.

en estos días de junio suelo pasar largos ratos observando las ventanas de los vecinos (...) desde aquí, observados con paciencia, los detalles más triviales se vuelven un misterio irrepetible, una amenaza. Por supuesto procuro, como correponde, sorprender a las vecinas mientras se desvisten, detectar una espalda o un hombro furtivo saliendo de la ducha, o atrapar algún segundo de lujuria antes de que alguien se acuerde de correr las cortinas. Pero, sobre todo, no pierdo la esperanza de presenciar algún día una escena prohibida, un secreto terrible: un crimen, por ejemplo.
La vida en las ventanas. Andrés Neuman.

Historia de O



Nunca me han atraído especialmente los libros que escribió el Marqués de Sade, aunque he de confesar que siempre me ha interesado el tema. Sin embargo, leí con verdadero placer Justine o Los infortunios de la virtud, en una edición ajada y amarillenta, de portada cutre y setentera como la de los libros que regalaba antiguamente La Caixa que conseguí del Mercado de Sant Antoni. Luego compré Historia de O en la edición típica de los libros eróticos de Tusquets. Esperaba encontrar en Pauline Réage, pseudónimo de Dominique Aury, la autora de Historia de O, a un Sade contemporáneo. Sin embargo, las primeras páginas no me atraparon: O es llevada por su amante a una especie de castillo dónde es iniciada en la tortura y el dolor como medio para conseguir el placer. Lo dejé durante un tiempo, su portada rosa y negra se llenó de polvo en mi mesita. Apenas hace un par de semanas lo abrí de nuevo, supongo que incitado por el deseo de encontrar sugestiones rápidas a mi enfermizo cerebro. No pude dejar de leerlo. El primer capítulo, Los amantes de Roissy, es sólo la introducción a una historia mucho más compleja, mucho más enfermiza. A una historia que no te puede dejar indiferente porque es una reflexión dura, desprejuiciada, sincera, de las relaciones amorosas.
O sólo puede conseguir la felicidad mediante la esclavitud a su amante. Sólo así está segura, de él y de ella misma, porque O necesita ser esclavizada para que sus actos cobren sentido y sentirse amada. Quiere pertenecer a alguién con tanta fuerza que entrega su cuerpo en completa sumisión. Pero también sabe O que los castigos corporales, las imposiciones, el sexo violento, son la única forma de calmar la sed que siente. Es a la vez la entrega y el ansia por entregarse una huida de ella misma. Como dice el prólogo de Jean Paulhan, que, por cierto, es lo único que no me gusta del libro, Historia de O es la carta de amor más furiosa que haya recibido hombre alguno.

Mitologías personales

Mitologías personales




Hace más o menos cinco años hice un viaje a Roma. De aquel viaje conservo, enmarcado y colocado en la pared de mi comedor, un cartel que arranqué de una pared de la ciudad. Lo ví inmediatamente, e inmediatamente supe también que aquel era el recuerdo que me quería llevar del viaje, así que no desistí hasta conseguir uno. No me fué fácil. Arrancar en buenas condiciones un cartel pegado con cola y expuesto a la intemperie no es tarea sencilla. El último día, después de muchos intentos, como si de verdad me fuera imposible marcharme de Roma sin él, logré despegarlo casi sin imperfecciones y llevármelo conmigo de vuelta a casa. Ese cartel anunciaba por toda la capital italiana la exposición, por primera vez en Europa, del manuscrito original de la célebre novela de Jack Kerouac On the road. El cartel tipográficamente no es nada especial: un fondo azul y gris donde aparece la figura del escritor recostado sobre una silla con rostro retador, y letras blancas de distinto tamaño donde se leen las fechas y el lugar. Por cierto, el lugar de la exposición era el Palacio Pietro de Coubertain.

El año pasado se cumplieron los cincuenta años de su publicación, seis años después de que Kerouac lo escribiera en tan solo tres semanas en un rollo de papel que él simplemente llamaba el rollo. Hay toda una leyenda en torno a ese manuscrito, como no podía ser menos tratándose de uno de los libros más importantes de la literatura norteamericana del s. XX. En estos cincuenta años On the road ha sido todo un manifiesto universal de la juventud que quería huir de lo establecido. Y yo, como no, he sido una de sus víctimas. On the road forma parte de mi mitología, en sus páginas he creído encontrar a veces el sentido latente de la existencia, he encontrado consuelo, me ha servido para viajar cuando no podía hacerlo y también me ha insuflado locura y malestar. Lo leí por primera vez muy joven y desde entonces se convirtió en mi libro de cabecera, en mi inspiración. Me intoxicó de esa mitología de la que hablo. La historia que cuenta el libro es sencilla: Sal Paradise, alter ego de Kerouac, narra los viajes que hicieron él y sus amigos por la Norteamerica de los años 50, de costa a costa de Estados Unidos y hasta llegar a México. El protagonista es Dean Moriarty, seudónimo de Neal Cassady, que se convierte para Paradise/Kerouac en su influencia más importante. De hecho la novela comienza cuando Sal Paradise conoce a Moriarty, ahí comienza lo que Kerouac denomina "el comienzo de mi vida en la carretera". Estos amigos convertirán el viaje en excusa para huir de una vida convencional y asfixiante, y así, entre carreteras de la famosa Ruta 66, trenes en marcha, drogas, chicas y literatura adoptarán una forma de vida alucinada y alucinante donde lo más importante es escapar detrás de un sueño hasta reventar.

La mayoría de los personajes de On the road son verdaderos, por sus páginas pasean algunos de los más famosos agitadores contraculturales de la época: Allen Ginsberg, Willian S. Borroughs, el propio Neal Cassady. Así, también la novela me abrió las puertas de lo que se llamó La Generación Beat. A través de ella accedí a uno de los movimientos que más influencia ha tenido en mi, a través de On the road conocí a los beatniks y lo que ellos representaban se convirtió en una inspiración atractiva y bastante malsana. Para los Estados Unidos de la década de los 50, los beatniks, palabra despectiva que unía los términos sucio y comunista, eran el otro lado del sueño americano, de la sociedad consumista. Los escritores de la Generación Beat hablaban abiertamente de revoluciones, de sexo, de drogas, de viajes, de romper con lo establecido, de no conformarse.

El salto de Kerouac a Borroughs fue sencillo. Leí Yonqui, leí Queer, leí El almuerzo desnudo y soñé con viajar a Tánger en busca de sus huellas. Pasó también a formar parte de mi panteón mitológico. On the road me había abierto los ojos a un nuevo tipo no sólo de literatura, me había abierto también los ojos a un nuevo tipo de vida donde lo importante era la libertad, la creatividad, el viaje como acontecimiento íntimo y personal.

Al igual que yo muchos jovenes de todo el mundo se han visto influenciados en estos cincuenta años por la novela de Jack Kerouac, por el movimiento Beat. En los años 60 las carreteras de Norteamérica estaban llenas de jóvenes que viajaban en Cadillacs desvencijados o hacían dedo en las cunetas, que dormían donde les pillaba la noche, que cambiaban de trabajo cada semana. Sólo existía un pensamiento: caminar.

De las cenizas del movimiento salieron los hippies y luego On the road se convirtió en un objeto de consumo de masas igual que los pósters con la insignia del Ché. En pocos años algunos de esos jovenes se convirtieron en burócratas, en banqueros, en policías.También en sus últimos años de vida Jack Kerouac se convirtió en un malhumorado borracho que defendía la guerra. Pero para mi todo esto es insignificante, la figura de Kerouac y el cartel robado de una calle de Roma con el anuncio de la exposición del manuscrito de On the road seguirán presidiendo mi comedor. Porque si. Porque estoy enfermo de mitología. Porque aún creo en el significado de esta novela y porque aún persigo las huellas de los beatniks por las ciudades del mundo.