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Desde la trinchera cósmica: Montero Glez.

Desde la trinchera cósmica: Montero Glez.




Estos últimos días ando enfrascado en la lectura de la tercera novela de un autor poco conocido pero que desde aquí quiero reivindicar. El escritor es el madrileño Montero Glez y el libro es su tercera novela después de Sed de Champán (1999) y Cuando la noche obliga (2003), Manteca Colorá (2005). Montero Glez es un tipo raro, se marchó del Madrid castizo que tan bien retrató en su primera novela y fue a aposentar su culo inquieto cerca del Estrecho, de donde le vino la inspiración para escribir las desventuras del Roque, que como el Charolito de Sed de champán, es alguién que desde la cuna le ha tocado vivir al margen de la ley. La prosa de Montero Glez es osada y valiente, repleta de vertiginosos diálogos cañís, de inspiración cinematográfica, provocadora, castiza. Una voz diferente dentro del panorama de nuestras letras, como dijo Carlos Barba en La Vanguardia "un cruce estrafalario entre Lorca y Tarantino".
En Manteca Colorá la historia es sencilla: el Roque, que acaba de salir de la carcel vuelve a Conil de la Frontera, su pueblo gaditano, para hacerse cargo del transporte de un alijo de hachís que lleva un barco frente a la costa marroquí por orden del Coronel, uno de sus antiguos jefes. Lo que él espera sea un trabajo sencillo se convierte en una trampa de la que no le será sencillo huir. A partir de aquí todo se complica para el Roque. Desde el título toda la novela transpira ese ambiente de la Andalucía auténtica, esa Andalucía de mantecá colorá, de Vírgenes, de la calor, de toldos de Cruzcampo, de luces en la noche para dirigir los alijos del moro, de bardeos y Tío Pepe. Una prosa, la que maneja Montero Glez, que te sale al paso cortando el aire como el filo de una navaja en una reyerta: brillante, ruidosa, peligrosa. Con frases que te hacen jalear, temblar o reir: "el Roque no se detenía por nadie ni por naide", "el que ignora su miedo es débil, y el Roque, que no era débil, sintió el tiburon del terror navegarle las tripas", "que ser pobre y honrao al mismo tiempo es como hacer pan con hostias".
A raiz de esta lectura me han venido a la cabeza algunas reflexiones en torno al localismo o costumbrismo del arte. En España no hay peor insulto que ese. Si te acusan de localista estás perdido. Sin embargo, Manteca Colorá es un ejemplo, podríamos poner muchos más, de una obra absolutamente localista que no pierde un ápice de su fidelidad, de su calidad, y que es precisamente en este costumbrismo en el que se basa. El Roque no puede ser más que de ese sur que mira al mar y que vive gracias a lo que produce la zona: el pescao, el tráfico,... Y el lenguaje es el lenguaje que se usa en las tabernas y en las calles de Cádiz. Estamos tan acostumbrados y colonizados por la cultura anglosajona y, sobretodo, norteamericana, que a veces no percibimos que sus libros, sus películas, su música, son de un localismo extremo. Los artistas norteamericanos fabulan con materiales cercanos que nosotros, en nuestra lejanía, percibimos como abstractos, universales. ¿Hay algo más localista que hablar del prototipo intelectual que vive en Manhattan como hace Woody Allen? Y esto no evita que sus películas sean aplaudidas en todo el mundo. ¿Algo más costumbrista que las canciones de Cohen, que las novelas de McCarthy?.
Por eso sí, Manteca Colorá (que, por cierto, para quién no lo sepa, es una manteca de cerdo de color anaranjado por el pimentón, que está cocinada con trozos de carne de cerdo, laurel y orégano y que en muchos lugares del sur de España sirve para untar tostadas, sobretodo a la hora del desayuno), es una novela ferozmente localista y tremendamente buena. Y ahora, como escribió Pérez Reverte a propósito de su autor, vayan y leánlo, si es que tienen huevos.

1 comentario

Emilio -

¿Dónde se pueden encontrar los dos últimos libros de Montero Glez? Me apasionó Sed de Champán