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On the road

Mitologías personales

Mitologías personales


Hace más o menos cinco años hice un viaje a Roma. De aquel viaje conservo, enmarcado y colocado en la pared de mi comedor, un cartel que arranqué de una pared de la ciudad. Lo ví inmediatamente, e inmediatamente supe también que aquel era el recuerdo que me quería llevar del viaje, así que no desistí hasta conseguir uno. No me fué fácil. Arrancar en buenas condiciones un cartel pegado con cola y expuesto a la intemperie no es tarea sencilla. El último día, después de muchos intentos, como si de verdad me fuera imposible marcharme de Roma sin él, logré despegarlo casi sin imperfecciones y llevármelo conmigo de vuelta a casa. Ese cartel anunciaba por toda la capital italiana la exposición, por primera vez en Europa, del manuscrito original de la célebre novela de Jack Kerouac On the road. El cartel tipográficamente no es nada especial: un fondo azul y gris donde aparece la figura del escritor recostado sobre una silla con rostro retador, y letras blancas de distinto tamaño donde se leen las fechas y el lugar. Por cierto, el lugar de la exposición era el Palacio Pietro de Coubertain.

El año pasado se cumplieron los cincuenta años de su publicación, seis años después de que Kerouac lo escribiera en tan solo tres semanas en un rollo de papel que él simplemente llamaba el rollo. Hay toda una leyenda en torno a ese manuscrito, como no podía ser menos tratándose de uno de los libros más importantes de la literatura norteamericana del s. XX. En estos cincuenta años On the road ha sido todo un manifiesto universal de la juventud que quería huir de lo establecido. Y yo, como no, he sido una de sus víctimas. On the road forma parte de mi mitología, en sus páginas he creído encontrar a veces el sentido latente de la existencia, he encontrado consuelo, me ha servido para viajar cuando no podía hacerlo y también me ha insuflado locura y malestar. Lo leí por primera vez muy joven y desde entonces se convirtió en mi libro de cabecera, en mi inspiración. Me intoxicó de esa mitología de la que hablo. La historia que cuenta el libro es sencilla: Sal Paradise, alter ego de Kerouac, narra los viajes que hicieron él y sus amigos por la Norteamerica de los años 50, de costa a costa de Estados Unidos y hasta llegar a México. El protagonista es Dean Moriarty, seudónimo de Neal Cassady, que se convierte para Paradise/Kerouac en su influencia más importante. De hecho la novela comienza cuando Sal Paradise conoce a Moriarty, ahí comienza lo que Kerouac denomina "el comienzo de mi vida en la carretera". Estos amigos convertirán el viaje en excusa para huir de una vida convencional y asfixiante, y así, entre carreteras de la famosa Ruta 66, trenes en marcha, drogas, chicas y literatura adoptarán una forma de vida alucinada y alucinante donde lo más importante es escapar detrás de un sueño hasta reventar.

La mayoría de los personajes de On the road son verdaderos, por sus páginas pasean algunos de los más famosos agitadores contraculturales de la época: Allen Ginsberg, Willian S. Borroughs, el propio Neal Cassady. Así, también la novela me abrió las puertas de lo que se llamó La Generación Beat. A través de ella accedí a uno de los movimientos que más influencia ha tenido en mi, a través de On the road conocí a los beatniks y lo que ellos representaban se convirtió en una inspiración atractiva y bastante malsana. Para los Estados Unidos de la década de los 50, los beatniks, palabra despectiva que unía los términos sucio y comunista, eran el otro lado del sueño americano, de la sociedad consumista. Los escritores de la Generación Beat hablaban abiertamente de revoluciones, de sexo, de drogas, de viajes, de romper con lo establecido, de no conformarse.

El salto de Kerouac a Borroughs fue sencillo. Leí Yonqui, leí Queer, leí El almuerzo desnudo y soñé con viajar a Tánger en busca de sus huellas. Pasó también a formar parte de mi panteón mitológico. On the road me había abierto los ojos a un nuevo tipo no sólo de literatura, me había abierto también los ojos a un nuevo tipo de vida donde lo importante era la libertad, la creatividad, el viaje como acontecimiento íntimo y personal.

Al igual que yo muchos jovenes de todo el mundo se han visto influenciados en estos cincuenta años por la novela de Jack Kerouac, por el movimiento Beat. En los años 60 las carreteras de Norteamérica estaban llenas de jóvenes que viajaban en Cadillacs desvencijados o hacían dedo en las cunetas, que dormían donde les pillaba la noche, que cambiaban de trabajo cada semana. Sólo existía un pensamiento: caminar.

De las cenizas del movimiento salieron los hippies y luego On the road se convirtió en un objeto de consumo de masas igual que los pósters con la insignia del Ché. En pocos años algunos de esos jovenes se convirtieron en burócratas, en banqueros, en policías.También en sus últimos años de vida Jack Kerouac se convirtió en un malhumorado borracho que defendía la guerra. Pero para mi todo esto es insignificante, la figura de Kerouac y el cartel robado de una calle de Roma con el anuncio de la exposición del manuscrito de On the road seguirán presidiendo mi comedor. Porque si. Porque estoy enfermo de mitología. Porque aún creo en el significado de esta novela y porque aún persigo las huellas de los beatniks por las ciudades del mundo.

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